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Escritores luchadores



Escritores en la dictadura 




Muchos escritores tienen que abandonar España al finalizar la guerra civil ante el temor de las represalias de la dictadura.

Escritores Exiliados




  Pedro Salinas  


Biografia de Pedro Salinas

Pedro Salinas Serrano fue un escritor español conocido sobre todo por su poesía y ensayos. Dentro del contexto de la Generación del 27 se le considera uno de sus mayores poetas. Sus traducciones de Proust contribuyeron al conocimiento del novelista francés en el mundo hispano-hablante. Al concluir la guerra civil española se exilió en Estados Unidos hasta su muerte.Sorprendido en Santander por el golpe de Estado que daría paso a la Guerra Civil Española, se trasladó a Francia, desde donde marchó al exilio en Estados Unidos. Ocupó el cargo de profesor visitante en el Wellesley College ; más tarde trabajó para la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y en el verano de 1943 se trasladó a la Universidad de Puerto Rico; regresó a Baltimore en 1946. Falleció en Boston el 4 de diciembre de 1951, aunque sería enterrado en San Juan de Puerto Rico.


Luis Cernuda


Luis Cernuda afrontó su marcha de España tras la Guerra Civil. Escocia, Inglaterra, Estados Unidos, México... Siempre con la sensación de no ser reconocido más allá de un pequeño círculo intelectual de la época. La periodista y escritora Eva Díaz Pérez ha tomado a Cernuda como punto de partida de una conferencia en la que expuso la situación de otros autores contemporáneos al andaluz que también desarrollaron su carrera fuera de su país.

Biografia de Luis Cernuda
A la fuerza. Casi medio siglo después, algunas de sus obras son casi imposibles de recopilar. "Esta época no se está comportando como debería con la cultura", ha señalado la finalista del Premio Nadal.

La racha de centenarios que conmemoraban fechas de calado en las letras españolas ha ido cayendo como un rosario de actos que han recuperado la obra de importantes exiliados como el propio Cernuda, María Zambrano o Francisco Ayala. Sin embargo, la periodista ha explicado que en sus investigaciones sobre la literatura del exilio tuvo "problemas para encontrar algunos libros de estos poetas que fueron publicados en México en los años 40 y 50" del siglo pasado. Dichas obras nunca fueron puestas en circulación en España y su temática –a menudo unida al país europeo– no le proporcionaban un interés excesivo en el público americano.





Max Aub


fue un escritor español. Tras la Guerra Civil Española se exilió en la capital mexicana durante tres décadas. En México se entregó a una increíble actividad cultural que le llevó a interesarse por la pintura, llegando a inventarse un heterónimo pintor llamado Jusep Torres Campalans, al que dedicó incluso una biografía (Jusep Torres Campalans, 1958) y que consiguió hacer pasar por verdadero a la crítica artística, organizando exposiciones de sus cuadros.

La gallina ciega', diarios del exilio de Max Aub - Cultur Plaza
En México escribió la mayor parte de sus obras entre las que destaca un ciclo compuesto por seis novelas sobre la Guerra Civil Española, cuyo título general es El laberinto mágico. Es su obra cumbre y está formada por Campo cerrado (1943), que evoca su adolescencia en Castellón y Barcelona, escrita en París durante 1939; Campo de sangre (1945), donde ya describe en toda su crudeza la Guerra Civil; Campo abierto (1951), novela mucho más tradicional y galdosiana; Campo del moro (1963), que informa sobre los estertores del régimen republicano en el Madrid del coronel Casado y del catedrático Julián Besteiro, a punto de ser entregado a las tropas franquistas tras liquidar a los comunistas. Esta fue la primera novela del ciclo que se editó en España, pero con un falso pie de imprenta de Andorra. Siguió Campo francés (1965), especie de recapitulación de todo lo anterior donde medita sobre la derrota, y Campo de almendros (1968), obra maestra indiscutible de la desesperación, la quiebra y la naturaleza humana, que Gregorio Morán y el hispanista Ian Gibson consideran su mejor obra y compara a Vida y destino de Vasili Grossman.

Un escritor al que se condenó durante años -como a casi
todos los escritores de su generación— a un doble exilio: el del destierro de su país tras la contienda civil y el del destierro de la literatura de ese mismo país. Sin embargo, su obra posee tal
densidad histórica, debido a las circunstancias en que se produjo, que desconocerla es desconocer gran parte de nuestra propia historia. Precisamente esa carga histórica ha propiciado una
imagen unívoca y fragmentaria de Max Aub, pues muchos lectores y críticos lo consideran un
escritor de corte realista, políticamente comprometido con la República y fiel cronista de su
tiempo y de su época. Y si bien esa imagen no es falsa, es al menos parcial. Indudablemente es el
autor de la gran crónica sobre la Guerra Civil y sus consecuencias, «el laberinto mágico», pero
también gustó del juego, la mistificación y la invención para escribir sobre esa misma realidad,
dando lugar a una de las obras más imaginativas e insólitas de la literatura española. Y creo que
hay que dar a términos como imaginación, humor o juego literarios una trascendencia, importancia y compromiso ético que quizá no han sido suficientemente reconocidos y valorados por la
crítica, pues el humor de Max Aub es un humor irónico, sutil e inteligente -en ocasiones negro
y amargo- que suele utilizar en su obra como elemento estético y a la vez distanciador y crítico.




 Franz Galich

franz galich - La Prensa
Por lo que atañe a Franz Galich, iniciamos este rápido recorrido por su novela Huracán corazón del cielo, publicada en Managua en 1995. Podríamos pensar que el título alude al fenómeno atmosférico y por sí mismo a la catástrofe. Tras una lectura de la cosmogonía del Popul Vuh, nos percatamos que también es el génesis ya que la expresión en conjunto se refiere a la deidad del viento, tormenta y fuego que arrasó a los primeros hombres y luego se convirtió en renovación. En la novela, Huracán es un guerrillero guatemalteco, mítico y luminoso, que guía al pueblo hacia la liberación: “El silencio pobló la plaza, parecía desierta. El murmullo de miles de voces se fue filtrando entre las piedras milenarias. . En la cima, Huracán sonreía listo para emprender el vuelo hacia el azul infinito” (Galich, 1995: 168). Así termina la novela, en un anhelo de liberación que, en 1995, sonaba bastante tardío. Sin embargo, trataremos de considerar dicha visión retrospectivamente. No es una heroicidad propositiva –el Julio Antonio Mella de Paradiso (1967) de Lezama Lima: “un Dios en la luz, no vindicativo, no obscuro, no ctónico” (Lezama Lima, 2009: 287)–, sino analítica, dirigida hacia atrás en la voluntad de sistematizar lingüísticamente el desastre. La lucha en Guatemala se había ido consumiendo y los acuerdos de paz se firmaron en 1996. La novela de Galich, en su visión de los acontecimientos que se habían desarrollado desde la catástrofe del terremoto de 1976 hasta el final de la lucha armada, quiere poner orden en los sintagmas del desastre; distribuir las responsabilidades, absolver a los inocentes y librar a los oprimidos de la culpa metafísica. Por esta razón se configura como aide-mémoire de las relaciones de causa y efecto que llevaron a la guerra. Huracán corazón del cielo es una novela polifónica en la que Galich emplea muchos registros, desde el diario4 hasta el monólogo, pasando por la novela epistolar (donde las cartas de los guerrilleros se dirigen al palacio presidencial ubicado simbólicamente en Xibalbá, que en la religión Maya-Quiché es el infierno gobernado por deidades, estas sí, ctónicas).5 Dicha pluralidad presenta al lector el abanico de actores sociales involucrados en el conflicto: desde los revolucionarios o los indígenas representados en términos de grupos homogéneos, hasta la individualidad de Giordano, un profesor universitario, pasando por la crueldad del gobierno y del ejército.


Rodrigo Rey Rosa
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Por una lectura de vanguardia
Una actitud lúcida frente a la posibilidad del desastre, es la de Rodrigo Rey Rosa. El volumen Imitación de Guatemala (2013) recoge las novelas breves del guatemalteco. Tres de ellas interesan para nuestro discurso: Que me maten si... (1996), El cojo bueno (1996) y Piedras encantadas (2001).8 El hilo conductor de las tres obras es la escasa importancia de la relación entre la reconstrucción de los hechos, el valor de la verdad y la justicia. Por razones diferentes (coerción de un poder oculto o desinterés individual), la realidad es al mismo tiempo un conocimiento tan explícito como inútil que, al impedir una relación antagonista a la culpa criminal, no deja otra cosa que un resignado cinismo frente a la misma culpa metafísica. En las novelas, de hecho, la determinación de los culpables se da a través de un constructo lógico típico del policial pero, a diferencia de este, en las novelas de Rey Rosa el hallazgo ingenioso de la realidad de los hechos no es otra cosa que una circunstancia sin consecuencias.

Una primera tipología es la de Que me maten si.... Un anciano escritor y periodista inglés trabaja también como espía para tratar de averiguar los crímenes de los militares contra los indígenas guatemaltecos. En una de sus misiones es detectado y enseguida desaparece. Una amiga guatemalteca, huida de su país por sentirse amenazada, decide volver para tratar de descubrir donde terminó su amigo. La investigación la lleva hasta una verdad que le es vedada por el complot que se le cierne encima y que ella (o el narrador) acata con resignación. Es el poder que impone –a través de la violencia cual imposición de unos enunciados– el conocimiento y que actúa sobre su articulación.



Horacio Castellano Moya
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Escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya obtuvo el Premio de ...
Horacio Castellanos Moya es quien en cambio se hunde en la locura lingüística del desastre. Este es el legado de una desaforada violencia estatal o ideológica que acarrea la imposibilidad de dimensiones interpretativas subjetivas: una serie de paranoicos organizan versiones distorsionadas de la relación con el poder y la realidad.

Antes de seguir tratando acerca de la literatura de Castellanos Moya, nos detendremos en parte de la obra de otro salvadoreño: Rafael Menjívar Ochoa. En novelas como Los años marchitos (1990, escrita en los últimos años de la guerra salvadoreña que termina en 1992 y desde su exilio mexicano, del que regresa solo en 1999) y Cualquier forma de morir, publicada en cambio en 2006, se encuentran pautas de la locura del discurso relacionada con el desastre. En la primera, Los años marchitos, el narrador-protagonista es un actor de radionovela que, por falta de trabajo, decide aceptar una “oferta” de la policía. Tiene que dar su voz a la falsa confesión de un guerrillero, quien va a cargarse todas las acusaciones sobre el secuestro y asesinato de un político importante. Por consiguiente, las herramientas literarias de la novela siguen las pautas sintácticas del género negro, por la investigación alrededor de las reales intenciones del Estado, y del thriller, por la hipertrofia del suspense. Ambas modalidades policíacas se interconectan en forma sinérgica para reforzar las potencialidades narrativas de la novela: por un lado, la investigación exhibe la creación artificial de una verdad (horrible y obscena); por otro, el thriller confiere a esta “realidad” una dimensión intrínseca de agobio o, en palabras de Ricardo Piglia, genera la sensación de que “la amenaza forma parte del paisaje y define el espacio” (Piglia, 1979: 13). Es fácil entender que el narrador se encuentra en un contubernio sin salida. El panóptico foucaultiano de Vigilar y castigar se amplía a la vida cotidiana. El filósofo francés nos explica que el instrumento ideado por Jeremy Bentham no se limita a la vigilancia del espacio de la prisión, sino que se constituye cual metáfora del control en todos los contextos del capitalismo; Foucault especifica ahí el dispositivo alrededor del cual se definen los instrumentos y las formas de intervención del control en los hospitales, las fábricas, las escuelas y, por supuesto, las cárceles (Foucault, 2004: 224). El conocimiento por parte del Estado de los detalles de la vida privada del protagonista lo obliga a participar en la narrativización (o en la falsificación) de la realidad que el establismhment está armando. Esta posición liminar entre un criterio de verdad (lo más) ontológico posible y otro completamente artificial representa el desmoronamiento de la lógica escritural: “Mi mundo lógico comenzaba a irse al demonio. O el tipo estaba loco o yo era un verdadero imbécil” (Menjívar Ochoa, 1990: 75). Claro, las posibilidades de mantener una actitud de confrontación racional con la realidad hacen oscilar al narrador entre estas, la incredulidad y el miedo a la locura. No estamos frente a una escritura vedada por las amenazas del Estado, sino frente a la construcción de una teatralización de la realidad. La escritura del desastre, por lo tanto, es la falsificación misma, la reiteración de la catástrofe social que el aparato político e institucional respalda.





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